La noche había avanzado
atiborrada de pestañeos furtivos.
La mañana llegaba fresca,
despeinada,
rebosante de cantares y victorias
en su rústico despertar.
Él la miraba atento,
enredándose en los torbellinos
de su ensortijado pelo,
que lo arrastraban como vendavales,
en sus aromas de vetiveres salvajes
y magnolias ardientes.
Y se enredaba en ella.
Sí…
le extasiaba enredarse sin freno
en su respiración,
en sus cadencias somnolientas,
medio dormidas
y soñadoras.
¡Y se hundía en abismos
recorridos tantas veces!
Sin embargo,
cada nuevo éxtasis
era como viajar a otro mundo,
nunca sentido o visto,
lejano,
nuevo.
Y flotaba entre sus brazos.
Flotaba amarrado a su cintura.
Y bebía el vino de sus besos.
Bebía.
Bebía extasiado.
Y se embriagaba
hasta perder los sentidos
y rodaba cuesta abajo
sin importarle nada.
atiborrada de pestañeos furtivos.
La mañana llegaba fresca,
despeinada,
rebosante de cantares y victorias
en su rústico despertar.
Él la miraba atento,
enredándose en los torbellinos
de su ensortijado pelo,
que lo arrastraban como vendavales,
en sus aromas de vetiveres salvajes
y magnolias ardientes.
Y se enredaba en ella.
Sí…
le extasiaba enredarse sin freno
en su respiración,
en sus cadencias somnolientas,
medio dormidas
y soñadoras.
¡Y se hundía en abismos
recorridos tantas veces!
Sin embargo,
cada nuevo éxtasis
era como viajar a otro mundo,
nunca sentido o visto,
lejano,
nuevo.
Y flotaba entre sus brazos.
Flotaba amarrado a su cintura.
Y bebía el vino de sus besos.
Bebía.
Bebía extasiado.
Y se embriagaba
hasta perder los sentidos
y rodaba cuesta abajo
sin importarle nada.